Misticismo y pasión en la playa
Un camarero en un bar de playa conoce el misticismo que encierran las noches de verano.
Hola a todos.
No voy a comenzar este relato hablando de mis facultades; no soy el chico más alto, ni el más guapo, ni el mejor dotado de los que hayáis conocido. Me llamo Germán, soy un chico normal, de 25 años, que trabaja en publicidad durante el invierno y que en verano es camarero en un bar de copas de unos amigos en la costa de la provincia de Cádiz.
En esta historia tampoco encontraréis conceptos como "salvaje", "desenfreno" o "locura", mi recuerdo tiene más que ver con la prueba de que una noche estrellada en la playa puede crear un aura de misterio y pasión inolvidable.
Lo que les voy a contar sucedió una noche del pasado mes de julio. Ese trabajo de camarero que os contaba no lo realizo por dinero, todo lo contrario, ayudo a unos amigos y disfruto mucho, puesto que los propietarios siempre han tenido el sueño de crear su particular "Bar Coyote", para lo cual bailamos los y las camareras en la barra, sacamos a los clientes, etc. Bailar me apasiona, igual que practicar todo tipo de deportes, por eso para mí son unas vacaciones, no un trabajo.
Aquella noche estaba siendo relativamente tranquila, ya me había tocado dar mi particular show con mi compañera Marta, una de mis mejores amigas y una de las mujeres más espectaculares que conozco, pero la gente no estaba muy animada y nos habían cortado un poco el punto, así que terminamos rápido y seguimos sirviendo copas. Poco después aparecieron en la barra (no las vi entrar) un grupo de tres chicas muy guapas, dos morenas de pelo y escotes bastante largos y una tercera con el pelo rizado y rojizo muy atractiva. Les atendí yo (Marta y yo nos solemos ceder el paso ante situaciones así, con lo que tonteamos un poco y el bar y nosotros salimos favorecidos), para lo que me acerqué donde estaban. Las dos morenas, nada preocupadas por la "catástrofe" que amenazaban provocar sus voluminosos pechos en las costuras de su ropa, me pidieron tres copas de ron con cola, y mientras servía el hielo de la cubitera me crucé la mirada con la tercera de ellas. Desde el primer momento me llamó la atención algo indescriptible que contenía su mirada, como si se expresase mucho más de lo normal con los ojos. Le sonreí y me la devolvió levemente, con un brillo en los ojos que era imposible determinar, si desprecio, cortesía o timidez.
Me pagaron y se fueron a la pista con sus copas, y yo me recosté sobre la barra junto a Marta, que divertida me soltó, "¡vaya dos tías, tienen más tetas que yo!", algo que siempre comentaba y que era bastante difícil, puesto que todos los clientes le pedían las copas a ella para poder recrearse en su busto interminable.
El bar se empezó a animar y yo iba y venía de un lado de la barra al otro. De vez en cuando echaba un vistazo a la pista a ver qué tal estaba el ambiente, y casi siempre, como si estuvieran en todas partes, me encontraba a las tres chicas. Conversaban alegres riendo entre ellas. Sin embargo me fijé en una cosa; si se acercaba un chico a decirles algo, las dos morenas mostraban cierto interés por este (las horas detrás de una barra observando enseñan mucho sobre el comportamiento corporal humano), mientras que la tercera miraba distraída para otro lado, con evidentes muestras de aburrimiento. Incluso alguna vez me crucé la mirada con ella, sonriéndole yo con una mueca de desprecio ante los buitres y correspondiéndome ella divertida.
Empezó a sonar "livin´ la vida loca", de Ricky Martín, señal inequívoca de que Marta y yo debíamos subir a la barra, bailar pegados y rozarnos ante el griterío general (si no fuera por su novio y porque somos demasiado buenos amigos, Marta y yo nos habríamos acabado liando algún día). El caso es que nos reímos bastante y esta vez sí la gente respondió y empezó a animarse el ambiente, yo me fijé en mis tres amigas, que bailaban y se reían con nuestro espectáculo.
Al bajar y volver a servir copas, se acercó la chica del pelo rojizo para pedirme otra copa. Ahora sí pude y quise fijarme un poco más; llevaba unos pantalones ajustados negros, como de pinzas, y una camiseta rosa, también ceñida y casi sin mangas. Era menuda y con unas formas muy definidas, con unas caderas muy bien paradas y un busto que se adivinaba generoso. Muy bronceada y con unos ojos de un color muy especial, parecido a la miel. Como se acercó justo al lado de la cubitera, mientras le servía la copa aproveché para entablar algo de conversación. Lo primero que le dije es que sus amigas lo estaban pasando muy bien, ya que estaban bailando muy juntas con otros dos chicos. Ella se echó a reír un poco amargamente, y me dijo que estaba un poco cansada de salir en ese plan, ya que sus amigas sólo pensaban en ligarse a un chico. Se aburría mucho. Noté por su acento que no era andaluza, y me dijo que eran de Madrid. Le pregunté qué se les había perdido por la Costa de la Luz y me dijo que acababan de terminar la carrera de Psicología y estaban conociendo toda Andalucía por su costa, desde Huelva hasta Almería, antes de prepararse el doctorado. Terminaba ya de servir la copa y me quedaba sin argumentos para retenerla, sin embargo fue ella la que dio el paso:
-Bailas muy bien- dijo sonriendo amistosamente
-Muchas gracias, es parte del trabajo- respondí.
-Bueno, no se te veía muy estresado precisamente.- Y nos echamos a reír.- Bueno, te dejo, las pesadas de mis amigas necesitan a su ángel de la guarda. ¡Vaya rollo!
-¡Buena suerte!
Y sin contestarme se echó a reír y se alejó de la barra en dirección a las otras dos chicas, que ya descaradamente bailaban muy explícitamente con sendos chicos. Me quedé un buen rato pensando en esa chica. Era muy especial, por un lado miraba y se movía con una quietud y una madurez asombrosa; por otro se reía como a mí siempre me ha gustado que se ría la gente, cerrando un poco los ojos y ladeando levemente la cabeza, como una niña pequeña. Y por encima de todo, la rodeaba una especie de aura de paz y sosiego extraordinaria, de tal manera que a su lado me sentía diferente, quizás mejor.
Marta se había dado cuenta que estaba tocado, y me susurró al oído "¿te gusta la pelirroja verdad? Tú a ella también" Me eché a reír y pensé que imposible. Era la clase de chica para las que un niñatillo camarero no tiene el menor interés. Y mucho menos un ligue de verano. Además, era raro, no me movía un interés sexual por ella, sólo deseaba mirarla y charlar con ella
El caso es que allí estábamos y se acercaban las 3, la hora en la que aquel día terminaba mi turno. Sus amigas pasaban un poco de ella, muy a lo suyo, ella pasaba de un par de moscones que se le acercaron, y a mí me apetecía mucho tomar una copa con ella. Aunque no estaba excitado, sino contagiado por su ola de buenas vibraciones.
Cuando me despedí de Marta, que ese día curraba hasta el cierre, me guiñó un ojo, muy expresiva. Yo me acerqué a las chicas, y la que yo buscaba me miró antes de llegar a ella. Otra vez esa sonrisa que parecía decir muchas más cosas de las habituales, aunque imposibles de descifrar. Me acerqué a su oído para que me oyera entre la música y le dije que ya había terminado, y que sus amigas parecían muy ocupadas, que si le apetecía una copa en la barra. Se echó a reír al oír el comentario sobre sus amigas y me inclinó la cabeza en señal de aprobación. La tomé de la mano y la llevé a la barra. Marta ya nos esperaba y le pedí dos copas de ron con cola (lo que ella había pedido y lo que yo tomaba habitualmente).
-No sé aún tu nombre- le dije.
-Marina- me respondió.
- Es un nombre precioso, sobre todo por aquí, tan cerca del océano.
-Gracias, mis padres me lo pusieron porque al parecer fui concebida cerca de aquí, en Los Caños de Meca. Mis padres siempre han sido un poco hippies.
-Sabes, desde que te he encontrado me he sentido especial, como si transmitieras una buena onda que nos hace sentirnos bien a los demás. Una paz y una tranquilidad muy extrañas.
-No eres la primera persona que me lo dice- dijo tras soltar una carcajada- mi madre es profesora de metafísica, y siempre ha dicho que desde que nací hay un soplo de positividad en todo lo que me rodea. Yo no me lo creo, aunque ella me ha metido mucho en el mundillo del misticismo.
-Tiene toda la razón. Me llamo Germán, por cierto.
-Pues encantada de conocerte, Germán- me dijo y nos dimos un par de besos en la mejilla. En ese momento noté que usaba un perfume muy suave, parecido a la colonia para niños, que siempre me ha encantado. Definitivamente esa chica era especial.
Estuvimos hablando un rato largo sobre nuestras carreras, cuánto nos apasionaba nuestra profesión, aunque yo no podía centrarme en la conversación; su aroma, sus ojos, su pelo rizado, sus enigmática sonrisa, la altiva madurez en sus gestos...todo en ella me llevaba a otra dimensión mas allá de lo sexual. Estaba cansado ya de hablar a voces, y decidí arriesgar un poco:
-Oye, tus amigas ya no te necesitan (una de ellas literalmente se comía a su pareja y la otra pronto lo haría), y si te apetece, te llevó a un chiringuito en la playa muy tranquilo que te va a encantar.
Tardó unos segundos en contestar, durante los que pensé que ahí se iba a acabar todo, pero después miró a sus amigas con un desprecio que hasta a mí me asustó y me dijo que estaría encantada de que la sacara de allí.
El chiringuito estaba a 10 minutos caminando por el paseo marítimo. Era una noche de luna llena, tan estrellada como sólo lo está en la playa y en la montaña y muy calurosa. Fuimos caminando, ella con las manos en sus bolsillos, muy graciosa, y los dos descalzos, cosa que descubrimos que a los dos nos encantaba. Ese chiringuito es un lugar muy especial, ya que distribuye hamacas por la playa y la decoración es a base de velas y pareos, y sólo suena música chill out muy suave. Por eso sabía que le encantaría a Marina. Y así fue, nos sentamos en una hamaca y estuvo como un par de minutos contemplando el ambiente como un niño pequeño. Y me soltó que la dejara devolverme la invitación a una copa, a lo que yo respondí que encantado. Y se fue hacia la barra, sin yo poder dejar de contemplarla alejarse.
Cuando volvió con las copas, dejó caer la cabeza en el respaldo de la hamaca y cerró un instante los ojos. Me dijo que era muy feliz en las costas de Cádiz, con una paz y una espontaneidad que le parecían deliciosas. Estuvo contándome durante el tiempo que nos duró la copa lo mucho que le interesaba las relaciones extrasensoriales de las personas con el medio ambiente, lo que disfrutaba con sus clases de metafísica, lo importante que era para ella estar en paz consigo misma y con lo que le rodeaba. Era una delicia escucharla, pues la chica madura y tímida al principio era un torrente contenido de expresividad.
Cuando se dio cuenta que llevaba hablando un buen rato sin parar se echó a reír como una niña, y me dijo que por favor contara yo algo. Le conté lo bonito que era para mí estar en la playa una parte del verano, con mis amigos, haciendo feliz a la gente en un bar con el baile y todo lo demás y lo necesario que era para mí poder estar mirando las estrellas de vez en cuando.
-El Principito decía que las estrellas están encendidas a fin de que cada uno de nosotros encuentre la suya algún día.- le dije mirando al cielo.
Pude escuchar su sonrisa. Yo pienso igual, mirando la noche piensas qué pequeños somos, y que todos debemos venir de ahí. Que en algún sitio allá arriba cada uno de nosotros tiene un lugar para toda la eternidad.
-Tú seguro, personas como tú no hay en la Tierra. No pude contenerme y le solté mirándola.
Ella se echó a reír deliciosamente y bajó la vista de las estrellas a mis ojos. Posó una mano sobre mi mejilla y me dijo "eres un encanto. Ha sido un regalo conocerte hoy".
Con su mano en mi rostro me di cuenta lo cierto que llegaba a ser lo que decía su madre. Me sentía invadido por una ola de dulzura. Estuvimos mirándonos así, sin decir palabra unos 10 segundos en los que no pude moverme, y ella sin proponérnoslo se acercó a mí y besó dulcemente mis labios. Se separó para mirarme otra vez sonriendo, y un momento después pasó su mirada fugazmente de mis ojos a mis labios. Esta vez fui yo el que me acerqué a ella y la besé, más largamente esta vez, mientras ella posaba una mano sobre mi nuca. Nuestras lenguas se encontraron con una dulzura y una serenidad infinita, y nos dejamos caer de lado sobre la toalla puesta en la arena.
Estuvimos besándonos así, sin prisa, no sé cuánto tiempo, sin que nuestras manos recorrieran el cuerpo del otro. Sólo había besos y caricias de ella en mi cabeza y mías en su cintura. Entonces perdí un poco el control y dejé resbalar mis manos suavemente hacia sus caderas. Entonces ella me dejó de besar y me dijo al oído "mi hostal está cerca, tenemos dos habitaciones y espero que mis amigas se hayan acostado en la doble. Acompáñame a la sencilla". Yo, sin responder, me levanté y la ayude a incorporarse educadamente, y sin soltarla de la mano me despedí de lejos del dueño del bar y fuimos andando con las sandalias en las manos y sin decirnos nada, pero con una dulzura y un cariño que estaban muy lejos de pertenecer a dos personas que se habían conocido horas antes. Nunca me besaré con novias serias ni esporádicas con la tranquilidad y la ternura que lo hice con Marina en aquel chiringuito.
Llegamos enseguida al hostal y sin soltarnos de la mano. Hasta entonces no me había preocupado por qué pasaría si sus amigas estaban cada una en una habitación, y lo hice después de que el recepcionista medio dormido nos diera la llave mirándonos y adivinando nuestras intenciones. La otra llave no estaba, así que parecía que teníamos suerte, o habíamos llegado antes o estaban las dos juntas.
El caso es que entramos en la sencilla habitación. Marina soltó la llave en la mesita y se me quedó mirando y sonriendo, caminando directamente hacia mí, que me había quedado en el dintel de la puerta. Me cogió de las manos y me atrajo dentro, besándome esta vez con un poco más de pasión que en el chiringuito, y entre los dos era evidente que la excitación iba en aumento. Me dio la espalda para cerrar la puerta y yo no le dejé volverse de nuevo; la agarré por la cintura y comencé a besarle el cuello desde atrás. Ella ladeaba la cabeza y sonreía, moviendo casi imperceptiblemente las caderas.
Ya muy excitado y sin dejarla girarse fui besando su nuca, su espalda y su cintura hasta quedar de rodillas tras ella. Le solté los brazos y me dirigí a la cremallera de su pantalón, y ella se empezó a reír y dirigió su trasero, que ahora estaba a escasos centímetros de mí, hacia atrás, de manera que pude besarlo suavemente mientras le desabrochaba el pantalón y se lo bajaba muy despacio. Entonces paré a contemplar lo que tenía ante mí. Un tanga muy muy pequeño la cubría, y era de un tono amarillo pálido precioso (me encanta la ropa interior femenina de colores, y aquello era demasiado). Le quité el patalón siempre muy despacio y silenciosamente mientras ella me dejaba hacer con una sonrisa eterna en los labios y la cabeza girada hacia mí, intentando mirar mi posición.
Su culo era perfecto. Muy cuidado (me había contado que ella también hacía mucho deporte), su piel estaba muy bronceada y tersa, muy suave, y comencé a besarle los glúteos y a mordisquearlos levemente, a lo que ella respondía ahora con muy suaves respiraciones y sonriendo siempre. Mis manos subían y bajaban por sus caderas, el interior de sus muslos, sus piernas y se quedaban a escasos centímetros de su sexo. Entonces ella se volvió, mostrándome la parte delantera de su tanga, y cuando ya me disponía a dedicarle especial atención a su pubis me ayudó a ponerme de pie, quedando los dos frente a frente y besándonos de nuevo con ansia.
Ella despegó sus labios de los míos para mirarme a los ojos, y comenzó a desabrocharme la camisa. Cuando me la quitó se quedó mirando mi torso y me dijo:
-Me encanta tu pecho.
-A mí el tuyo también.-Y nos echamos a reír pensando simultáneamente que aún no le habíamos prestado atención a su busto. Así que, con su ayuda y besándola siempre le quité su top por arriba, para descubrir un sujetador del mismo tono colorista que el tanga. Eres maravillosa le dije, y ella sonriendo y yo en su cuello estuvimos unos segundos más. La besé en sus labios de nuevo y fui dibujando la curva de su cuello hasta sus hombros. Al llegar a la tira del sujetador lo mordisqueé con cuidado y fui bajándolo por el brazo, para dirigirme a la pequeña porción de pecho que quedaba al descubierto.
Era un festival de los sentidos: el rojo de su cabello, el bronceado de su piel, sus ojos de miel, su ropa interior amarilla, el blanco sobrenatural de su eterna sonrisa, su aroma suave, el sonido de su risa imperturbable, era todo tan excitante que hoy, camino ya de un año después, sigo poniéndome a mil por hora pensando en esos instantes previos.
Deslicé mis manos de su cintura a su espalda, con la intención de desabrocharle el sujetador, mientras le besaba ya un pecho por encima de él. Pude desprendérselo y comencé a quitárselo. Ése es un momento que me encanta, pues liberar unos pechos generosos de su ropa es algo que me excita muchísimo. Lo que iban a ver mis ojos era una delicia. Sus dos pechos estaban completamente bronceados (algún top-less se adivinaba), y eran de un tamaño superior al que había imaginado. Sin necesidad de enseñar tanto como sus amigas Marina poseía unos "encantos" de igual envergadura. Sin embargo destacaba lo firmes que los tenía, con unos pezones pequeños y levemente apuntando hacia arriba. Ella me miraba a los ojos excitada al verme contemplar extasiado sus dos fenomenales senos, y arqueando un poco la espalda me invitó a que los besara. Lo hice suavemente con los labios, las manos, la lengua, levemente mordisqueando sus pezones, mientras ella me mesaba los cabellos y gemía ahora un poco más fuerte alternando miradas a mis gestos con el cierre de ojos producto del placer que yo podía adivinar.
Tras unos minutos inolvidables comencé a bajar por su estómago, me detuve en su ombligo, maravilloso, haciendo participar a mi lengua suavemente, y volví a caer de rodillas. Separé sus piernas con delicadeza y mirándola a los ojos comencé a besarle el interior de sus muslos, mientras mis manos agarraban la cinta de su tanga y comenzaban a bajarlo, muy despacio, como lo estábamos haciendo todo. Lo dejé a caer hasta sus pies y me quedé contemplando su sexo. Tenía el vello muy cuidado, sin estar rasurado, lo llevaba muy corto y era de un color castaño claro irresistible. Lo besé y ella colocó su pierna derecha sobre mi hombro izquierdo, abriendo su vagina hacia mí. Muerto de ansia comencé a besarle los labios, mientras ella gemía suavemente pero de forma más prolongada. Los recorría de arriba abajo, alternándome en cada uno de ellos, notando su sabor, su calor, y ya pasé a su clítoris. Todo su sexo estaba ya muy húmedo, y el leve roce de mi lengua sobre su botón le arrancó un gritito, mientras arqueaba su espalda y miraba al techo de la habitación, mientras con sus manos me sujetaba la cabeza.
Después de un rato me separó y me ayudó a levantarme, sin soltar mi mano se sentó en el borde de la cama y me empujó delante de ella de rodillas para que continuara con lo que estaba haciendo. Sigue por favor me dijo en un susurro por si no lo había entendido. Ya más cómodamente utilicé labios, dedos y todo lo que pude mientras ella gemía echada sobre la cama. Así, la sentí llegar despacio al orgasmo, explotando en mi boca y acompañándolo con un gemido alto y largo que me puso fuera de mí.
Seguí recogiendo sus esencias mientras ella recobró su sonrisa. Entonces se incorporó con los codos y me levantó. Me toca- me dijo, haciendo que me tumbara boca arriba en la cama. Sobre mí comenzó a besarme en la boca, buscando ávidamente con sus labios el sabor de su orgasmo. Bajó a mis pezones, los que mordisqueó con un pelín de rabia deliciosa. Mientras bajaba, su pelo rizado, creo que intencionadamente, la seguía por mi pecho dejando un cosquilleo enloquecedor. Hasta que llegó a mis pantalones. Se incorporó a horcajadas sobre mí y me lo desabrochó mirándome a los ojos y sonriendo. Me los quitó fácilmente, igual que mis calzoncillos, y se quedó mirando mi pene erecto ya desde hacía un buen rato. Comenzó a masturbarme suavemente mordisqueándose el labio inferior, hasta que yo solté un gemido bajo. Ella me miró a los ojos, sonrió por enésima vez y se acercó a besarme en los labios. Rápidamente volvió a mi sexo y acercó su boca a mi glande, ya húmedo por la excitación y el placer de su masturbación Primero le dio un beso, después un leve roce con su lengua y al final recorrió con ella toda la extensión del pene. Con la mano izquierda comenzó a masajear mis testículos, y se introdujo en su boca la práctica totalidad de mi miembro.
Hasta entonces yo veía la felación como un acto pasional y alejado de la ternura y el amor, pero Marina era diferente. Lo hacía muy suavemente y sin descanso, me masturbaba, me lo chupaba, me mordisqueaba el glande tan solo, yo no podía ni moverme, y ella de rodillas, con sus pechos cayendo sobre mis muslos y llevándome al cielo.
Estaba a punto de correrme y ella lo intuyó. Paró justo en el momento oportuno y se sentó despacio a mi lado. La atraje hacia mí y la besé en los labios con ansia. Estábamos en igual posición que en el chiringuito, pero ahora nuestras manos eran más atrevidas, yo masajeaba sus pechos y pellizcaba sus pezones y ella me hacía lo propio y me acariciaba los testículos entre gemidos y respiración entrecortada.
Luego de unos segundos que me vinieron muy bien para controlar mi anunciado orgasmo, ella se volvió a sentar a horcajadas sobre mí, se echó hacia delante pasando su pecho izquierdo deliberadamente sobre mi boca mientras abría el cajón de la pequeña mesita de noche. Yo le volví a besar como quería y ella sacó un preservativo, volviéndose a incorporar sobre mí. Maliciosamente se paseó el paquetito por los labios. ¿Me dejas ponerte esto?- me preguntó. Yo me eché a reír y le dije que por favor. Lo abrió con cuidado y me colocó con maestría el condón en el pene de nuevo muy duro. Se adelantó un poco elevando las caderas y sin dejar de mirarme a los ojos ni sonreír se introdujo en su raja muy húmeda de nuevo mi polla hasta el final. Emitimos un gemido al unísono y se quedó un momento quieta. Entonces colocó sus manos sobre mi pecho y se irguió completamente, tras lo que comenzó a mover las caderas de manera circular con un arte y una ternura infinitas. Sus senos sobre mí meciéndose suavemente, esos dientes blancos, ese pelo caldera, sus gemidos, la calidez de sus manos sobre mí, sus ojos mirándome fijamente... Al borde del abismo incrementé un poco el ritmo, para lo que separé mis manos de sus pechos con los que llevaban un rato jugando y la agarré por sus caderas. Ante mi gesto ella se mordió el labio de nuevo y emitió un gemido aún más fuerte. Entonces separó sus manos de mi pecho y agarró su pelo, recogiéndolo como en un moño en su cabeza y manteniéndose así, sin ningún agarre más que la penetración de mi pene. Sus pechos subían y bajaban ahora con fuerza.
Correspondió a mi ritmo incrementándolo aún más, a la vez que ya casi gritaba y se mordía el labio, anticipando un nuevo orgasmo. Para llegar a él apoyó otra vez sus manos en mi estómago y se abandonó al ritmo de sus caderas, moviendo su cabeza y sus rizos a la vez, presa de un placer enorme. Se agarró fuerte, casi clavándome las uñas, y soltó un grito esta vez ya bastante fuerte, y se corrió mientras yo disfrutaba de una vista inmejorable.
Se echó completamente sobre mí recuperando la respiración, algo que no tardó en hacer, y tras lo cual comenzó a besarme en los labios. Yo necesitaba correrme y se lo hice saber. Esta vez la dejé caer boca arriba en la cama, y ella no cerró las piernas. Me puse sobre ella y la penetré otra vez despacio, recobrando el control. Ella colocaba sus manos sobre mis brazos y empezaba a gemir de nuevo desde mi primera embestida. A medida que recuperábamos el ritmo me agarró el culo y lo atrajo hacia sí con pasión. Ya no pude más y me dejé llevar por mis caderas, que sin control embestían y marcaban el ritmo de mi cuerpo. Sentía llegar el orgasmo por todo la habitación, y un cosquilleo en mi pene me lo pedía a gritos. Ya en las puertas ella gritó y me di cuenta que había alcanzado un tercer orgasmo para hacerlo conmigo simultáneamente, y así fue. No sé cuánto duraría, pero recuerdo eternos los segundos en los que mi cuerpo se agitó con los vaivenes de la eyaculación, mientras mordisqueaba su cuello y ella me agarraba fuertemente la espalda.
Quedamos así un buen rato, yo sobre ella y en silencio los dos. Después comenzamos a besarnos de nuevo con ternura. Salí de ella y me dejé caer a su lado, sudoroso y extenuado. Marina me acarició la mejilla como ya lo había hecho en el bar. Sus gestos recobraron la ternura, el misticismo y la madurez que tenían antes de que la pasión lo ocupara todo, y no dejaba de sonreír y mirarme a los ojos. Me tumbé boca arriba y ella me acariciaba el pecho con las puntas de los dedos. Le dije que era fantástica, que no sabía cómo Dios o quien fuera la había puesto junto a mí aquella noche, pero que había sido maravilloso. Ella reía sonoramente y me dijo que era ella la que había encontrado el placer, y apoyó su cara en mi pecho. Estuvimos así largo tiempo, medio adormilados, hasta que le acaricié dulcemente sus rizos y le besé en la frente.
A la mañana siguiente, la vida nos separó. No lo sentí, al contrario, me alegré de haber pasado la mejor noche de mi vida.
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